miércoles, 16 de septiembre de 2015

El gerente injerente

En una pequeña ciudad, de cuyo nombre no quiero acordarme, había una concejalía de deportes, y en aquella concejalía mandaba un gerente de iniciales R.Y. Era bajito pero mandaba más que incluso el propio concejal.

Un día el gerente quiso enseñar a unos familiares (o quizá conocidos, o quizá un compromiso) las profundidades de una instalación llamada El Silo, donde había unas piscinas. Estas piscinas tenían una depuradora, que a su vez se alojaba en el sótano, o sea, en las profundidades.

Como en el servicio de deportes ningún jefe instruía a los empleados en nada (evidenciando su propia ignoracia), uno de los operarios de la piscina decidió enseñar lo que buenamente pudiera a otro operario de la misma piscina, que no sabía nada de depuradoras. Ambos llevaban poco tiempo trabajando en piscinas y en el servicio de deportes.

Esos dos operarios se encontraban aquél día en el hueco que quedaba entre unos enormes filtros de arena y la pared de uno de los vasos de compensación (no entraré en detalles de para qué sirve cada cosa). En este rincón estaban las tuberías y válvulas cuyo funcionamiento y accionamiento debía aprender el operario menos adiestrado. Así que allí estaban los dos empleados, uno dando explicaciones y el otro recibiéndolas, cuando acertó a pasar por allí el gerente con los visitantes.

Ambos empleados se extrañaron al oír ruidos en aquél lugar recóndito y se asomaron al pasillo principal a ver quién andaba por allí, pensando que sería algún usuario que se había colado en aquella zona reservada al personal de la instalación. Se sobresaltaron un poco al reconocer al gerente entre los otros dos extraños (un anciano y un niño) puesto que era la última persona que esperaban ver allí.

El gerente hizo un forzado gesto con la cabeza a modo de saludo (era muy altivo, nunca saludaba a la tropa, pero aquí supongo que se vio obligado por la sorpresa) y desfiló por allí a paso casi marcial seguido de sus huéspedes. Los dos empleados se quedaron igual de sorprendidos que él, aunque ellos por esta visita inesperada e improbable, ya que el gerente no solía visitar las instalaciones y mucho menos entraba a estas zonas excluidas al público. No obstante, no le dieron más importancia, devolvieron el saludo y siguieron con lo suyo.

La sorpresa fue todavía mayor cuando, al día siguiente, un encargado acudió a la instalación para abroncarlos. Según este encargado, famoso por su enorme volumen y peso corporal, el gerente les había "pillado" el día anterior escaqueándose, escondidos en la depuradora. Ellos explicaron lo que había pasado (que uno enseñaba a otro) y al final la cosa quedó en nada, salvo el mal rato que ambos pasaron al sentirse acusados injustamente.

Entonces, cuando el encargado se marchó, ambos empezaron a hacerse preguntas.

¿Cómo empezó todo?

¿Quién enseñó al primer operario, el que más sabía de la depuradora?

Bien, tiempo atrás, otro encargado llamado C.F. (que no significa Club de Fútbol) había citado a ambos empleados un día fuera de sus horas laborales para explicarles la gestión de la depuradora. Uno de ellos, J.M., no pudo asistir porque estaba fuera de la ciudad ese día. El otro, F.P. (que no significa Formación Profesional), acudió de buena fe.

Pero el encargado que les había convocado no estaba. En su lugar, otro empleado, E.V., dijo a F.P. que él le enseñaría las labores de la depuradora y otras tareas. Así fue que F.P. aprendió de boca de otro compañero en lugar de por el encargado, que además no se dignó aparecer.

Como el tiempo pasaba y nadie enseñaba a J.M. el manejo de la depuradora, algo básico para un empleado de piscinas, decidieron que, aprovechando que era verano y había personal de refuerzo en la instalación, podría enseñar el uno al otro. Dejaron al personal "de verano" atendiendo la entrada y se fueron ambos a la depuradora, uno a enseñar al otro cómo manipular.

Y por eso les cayó la bronca: por mostrar interés en su trabajo, por querer formar y formarse, por querer mejorar,... Por eso, y por tener un superior, el gerente, que no supo estar en su papel y actuó como si todo lo supiera, con lo fácil que habría sido preguntar a los operarios que qué hacían allí. ¡Ah, pero eso no...! ¿Relacionarse con la tropa? ¡Jamás! Siempre hay un encargado a mano (sobre todo si es un trepa) para encargarle tan asquerosa labor de hablar con la plebe...

¿Qué lección sacaron los empleados? Mejor no preocuparse por la formación porque encima te vas a llevar una bronca y un mal rato.

Cuando F.P. reclamó a C.F. (encargado que le había citado) que le reconociera el tiempo extra dedicado al aprendizaje de aquellas tareas en el mejor beneficio de la empresa, ¿qué recibió?

C.F. era por aquél entonces presidente del comité de empresa, nada menos. Y, sin embargo, tuvo la desfachatez de contestar a F.P.  que ¿¡cómo le iba a firmar una hora extra, si los jefes (por encima suyo) no quieren pagar horas extras!?.

Ah, cabrito (cabrito por el tamaño, aunque se merece un aumentativo por sus actos), entonces, si sabías eso, ¿porqué le convocaste fuera de su horario? ¿Porqué no viniste tú a enseñarle en su horario de trabajo, y así habrías enseñado a dos a la vez?

Ese era el comité de empresa que había entonces, dirigido por un encargado. (De muchas maneras el comité que hay ahora es igual al que había entonces: una mayoría servil al gerente, quien así controla el comité y lo que en él se aprueba).

F.P. no fue más lejos reclamando su tiempo extra, pero aprendió unas cuantas lecciones sobre cómo el nuevo gerente y sus subalternos se las ingeniaban para desmoralizar y desmotivar a la tropa. Y, sobre todo, que eran una pandilla de indeseables que se tapaban sus vergüenzas unos a otros.

Así que, cuando más tarde hubo que hacer cursillos sobre limpieza y otros temas, fuera del horario laboral, F.P. no mostró ningún interés en participar.

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